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¿Qué nos está enseñando la serie “Adolescencia” sobre la sexualidad, el género y los discursos de odio?

Hay series que te entretienen y otras que te sacuden. Adolescencia, la miniserie de drama criminal de Netflix, es de las que te dejan con un nudo en la garganta. Desde el primer capítulo, algo que me revolcó profundamente fue ver al protagonista, Jamie —un adolescente de apenas 13 años— enfrentando el sistema judicial como si fuera un adulto, acusado de asesinar a una compañera de clase, fue impactante. Pero lo que más me perturbó no fue solo lo que ocurre a nivel judicial, sino todo lo que revela la serie sobre cómo los discursos de odio y los modelos dañinos de masculinidad están moldeando el pensamiento y la forma de relacionarse de adolescentes que apenas están entendiendo quiénes son.

Porque no se trata solo de un caso aislado. Se trata de lo que está pasando en miles de hogares, escuelas y chats escolares. Se trata de cómo un adolescente que consume contenido de la manosfera —donde se promueven discursos misóginos y la idea de que los hombres solo tienen valor si son atractivos, exitosos, tienen dinero o son dominantes— internaliza que él es un “hombre de bajo valor” y, por lo tanto, solo puede relacionarse con “mujeres de bajo valor”.

Jamie, aunque rechaza las acusaciones de su compañera Katie de ser un incel (célibe involuntario), no está ajeno a la presión del mandato masculino. Porque el mandato de la masculinidad dominante es uno lleno de violencias simbólicas. Les exige a los varones demostrar constantemente que son hipersexuales y, sobre todo, que no son homosexuales. Iniciar su vida sexual temprano, “perder la virginidad”, acumular conquistas… todo eso se convierte en la medida de lo que valen como hombres.Y esa presión, esa expectativa, sí agobia a Jamie. La sola idea de ser percibido como un incel lo pone en una situación de profunda vulnerabilidad, justo cuando todavía está construyendo su identidad masculina. Porque en ese modelo de masculinidad, si no dominas o no conquistas, eres débil. Y si eres débil, eres blanco de burla, exclusión o violencia.

En uno de los episodios, cuando Jamie le cuenta a la psicóloga que se publicaron fotos íntimas de Katie sin su consentimiento —la compañera a la que luego asesina— él hace un acercamiento para invitarla a salir. No porque la admire, no porque la quiera conocer, sino porque ahora que su “valor” bajó públicamente, él siente que está “a su nivel”.

 Eso es lo que están aprendiendo en TikTok, en YouTube, en foros y vídeos disfrazados de “autoayuda masculina”. Están aprendiendo que las relaciones humanas funcionan como un mercado de acciones. Que las personas tienen valor según su belleza, estatus o fama. Que hay una jerarquía, y que si estás abajo, te toca conformarte.

Y no solo los varones lo están aprendiendo. También las adolescentes mujeres.

La misma adolescente que fue asesinada —y que antes fue víctima de la publicación de sus fotos— también lo rechaza diciéndole que “no está tan desesperada”. Y tiene todo el derecho a decirlo. Lo que me interesa señalar no es el rechazo en sí, sino lo que ese rechazo deja entrever: que ella también ha aprendido que hay un tipo de masculinidad “deseable”, y que él no entra en esa categoría. Esta reflexión no busca justificar su asesinato —que es inexcusable—, sino visibilizar cómo esas ideas dañinas también afectan a las adolescentes en su manera de desear, vincularse y valorar.

Y entonces vuelvo a preguntarme: ¿quién está educando a nuestras adolescentes sobre género, afectos, deseos y sexualidad?¿Quién les está enseñando a nuestros adolescentes varones a valorarse sin necesidad de dominar?

Vivimos preocupadas —con razón— por los varones que terminan consumiendo discursos misóginos. Pero ¿qué pasa con las adolescentes que crecen creyendo que solo vale la pena fijarse en el “dominante”, en el popular, con cuerpo atlético, en el que tiene las Jordan y el carro nuevo, en el que es agresivo, pero que es “chulo” y tiene seguidores? ¿Qué pasa cuando también ellas se burlan del tímido, sensible, con acné, que saca buenas notas o no encaja con el modelo de masculinidad dominante y los estándares de belleza impuestos a los hombres para considerarlos atractivos?

¿Qué tipo de vínculos afectivos vamos a construir si seguimos validando ese tipo de masculinidad como “atractiva”? ¿Cómo vamos a educar en equidad si solo les hablamos a las niñas y adolescentes sobre empoderarse, pero no sobre romper con las ideas que han aprendido sobre qué hace valioso a un hombre?

Esta serie me dejó pensando en que educar en perspectiva de género y educación sexual integral no es solo hablar de machismo o de feminismo como conceptos abstractos. Es hablar de cómo deseamos, de cómo nos relacionamos, de qué tipo de personas valoramos y por qué.

No basta con decir que queremos varones sensibles, empáticos, respetuosos. También tenemos que enseñarles a las adolescentes que esos varones merecen ser vistos, elegidos, reconocidos. Tenemos que transformar y reeducar el deseo. No solo las ideas.

Porque si no, corremos el riesgo de seguir reproduciendo el mismo guion con actores diferentes: adolescentes que se sienten libres pero siguen deseando a quien las domina, y varones que, aunque no quieran ser agresivos, sienten que es la única manera de ser vistos.

Adolescencia no es solo una serie sobre un caso criminal. Es una alerta. Una llamada urgente a repensar la educación afectiva, sexual y de género desde edades tempranas. Porque los discursos de odio no se instalan en el vacío. Se instalan donde no hay conversación, donde no hay escucha, donde no hay alternativas.

Y los datos lo confirman: Según una encuesta del CIS en España, más del 50% de los varones entre 16 y 24 años cree que el feminismo actual los discrimina. Y en Estados Unidos, durante las elecciones presidenciales de 2024, Donald Trump obtuvo un apoyo considerable entre los varones jóvenes de entre 18 y 29 años, según AP VoteCast. Un patrón preocupante que deja ver que el rechazo al feminismo y a la equidad de género no es un fenómeno marginal, sino una corriente en crecimiento.

Es nuestro trabajo abrir esos espacios de diálogo y reflexión. No desde el juicio, sino desde el acompañamiento. Desde la urgencia de hablar antes de que otros —los que no buscan transformar, sino manipular— lo hagan por nosotras.