Vivimos una época paradójica: nunca ha sido tan fácil acceder a información y, sin embargo, nunca ha sido tan difícil separar los datos rigurosos de las interpretaciones sesgadas y las emociones disfrazadas de lógica.
En ese terreno florecen figuras y movimientos que utilizan datos seleccionados, apelaciones emocionales y estrategias populistas para ganar seguidores. A menudo, esas narrativas parecen racionales, pero en el fondo activan emociones poderosas que dificultan el pensamiento crítico.
No es casualidad que cada vez más jóvenes, y adultos, caigan en estos discursos. Es un fenómeno que no debemos ridiculizar ni ignorar. Debemos comprenderlo si realmente queremos preparar a las nuevas generaciones para reconocer cuándo la lógica es solo una máscara emocional.
El truco: datos sí, consenso científico no
Una de las herramientas favoritas de estos discursos es el uso estratégico de datos.
Afirmaciones como “las mujeres prefieren trabajar con personas y los hombres con cosas”, popularizadas por figuras como Jordan Peterson, se basan en datos reales de estudios psicológicos. Pero el problema no es el dato. Es la interpretación sesgada que se hace de él.
Es común que:
- Se presenten datos estadísticos como verdades absolutas.
- Se ignore el debate científico sobre las causas de esos datos.
- Se use el sesgo de confirmación: elegir solo los datos que refuerzan la idea que se quiere promover y descartar o minimizar los que la contradicen.
Así, lo que podría ser un punto de partida para el análisis se convierte en una afirmación cerrada que no permite cuestionamientos.
Y esa no es la búsqueda de la verdad. Es manipulación.
Emociones primero, lógica después
La neurociencia y la psicología social nos advierten: las personas no toman decisiones basadas en la lógica. Deciden emocionalmente primero y luego buscan razones que justifiquen esas decisiones.
Los discursos populistas, conservadores y autoritarios lo saben bien. Su estrategia no es ganar debates lógicos. Es:
- Activar emociones como miedo, indignación o resentimiento.
- Crear un sentido de pertenencia (“nosotros los que decimos la verdad” vs. “ellos que imponen su ideología”).
- Validar identidades y ofrecer respuestas simples a problemas complejos.
Por eso, cuando ganan adeptos, no es porque hayan demostrado tener razón. Es porque han conectado emocionalmente con su audiencia.
¿Por qué caemos en estos discursos?
La búsqueda de identidad y pertenencia no termina en la adolescencia. También afecta a jóvenes adultos que enfrentan incertidumbres sociales, económicas y personales.
Si la educación, y la sociedad en general, no les ha enseñado a:
- Diferenciar datos de opiniones.
- Reconocer cuándo sus emociones están siendo manipuladas.
- Cuestionar las figuras carismáticas que se presentan como dueñas de la verdad.
Entonces, cualquier discurso que ofrezca certezas fáciles y pertenencia puede volverse irresistible.
La urgencia: pensamiento crítico y alfabetización emocional
El problema no es solo un individuo o un movimiento.El problema es que no estamos educando para resistir la manipulación emocional disfrazada de lógica.
La educación K-12 —y la educación a lo largo de toda la vida— necesita:
- Enseñar pensamiento crítico como competencia central.
- Explicar cómo los datos pueden ser usados para confirmar prejuicios más que para buscar la verdad.
- Promover alfabetización mediática: evaluar fuentes, distinguir hechos de opiniones y detectar estrategias retóricas.
- Desarrollar alfabetización emocional: reconocer qué emociones despiertan los discursos y cómo esas emociones influyen en nuestras creencias.
No se trata solo de que nuestros estudiantes escriban ensayos bien argumentados. Se trata de que no sean presas fáciles de populismos, radicalismos o autoritarismos que saben perfectamente cómo activar sus emociones más profundas.
No ganaremos esta batalla solo con datos. Tampoco con advertencias simplistas como “no sigas a esa persona”.
La tarea urgente de la educación crítica es enseñar a pensar, a analizar y a reconocer cuándo una verdad parcial se utiliza para manipular emociones y reforzar identidades cerradas.
Esa es nuestra misión. Y es una misión inaplazable.