Hay libros que entretienen. Otros que enseñan. Y hay algunos que hacen algo más valioso: incomodan dulcemente las certezas que creíamos de forma inocente.
El Reino de las Niñas Libres, de Carla Torres Dávila, pertenece a ese tercer grupo. Es una historia que, con humor, ternura y mucha lucidez, nos invita a cuestionar los moldes que siguen oprimiendo —a veces con peinados y vestidos— la libertad de ser de millones de niñas.
La protagonista es una niña que no quiere ser princesa. No porque rechace la fantasía, sino porque intuye que ese rol viene con demasiadas reglas: no ensuciarse, no alzar la voz, no cuestionar. Sonreír aunque duela el peinado. Caminar con delicadeza, aunque quiera correr.
Este cuento desarma, con palabras sencillas y metáforas potentes, ese “deber ser” que muchas niñas cargan sin saber cómo nombrarlo. Y lo hace desde una narrativa que no victimiza ni dramatiza, pero sí incomoda lo suficiente como para despertar preguntas:
¿Por qué seguimos esperando que las niñas se porten “bien”?
¿Por qué la ropa de muchas niñas no está hecha para jugar?
¿Por qué aún se valora más que una niña sea linda que curiosa, obediente que crítica?
Uno de los grandes aciertos del libro es que rompe con la idea de que las niñas nacen más dóciles o menos activas, ese destino biológico del cual no se puede escapar. Lo que muestra es que existe un andamiaje cultural que limita su movimiento, su voz, su deseo de explorar. Muchas veces, confundimos el resultado de esa socialización con una supuesta “naturaleza femenina”. Pero lo que el libro deja claro es que las niñas no son así: las hacemos así.
Y no se queda ahí. El Reino de las Niñas Libres no solo señala el problema. También imagina otras posibilidades: un mundo donde las niñas se organizan, se apoyan, y construyen una comunidad diversa y poderosa. Donde hay niñas en deportes extremos, en laboratorios, en escenarios, en libertad. Donde la identidad no encierra, sino que se despliega.
Este libro es, en sí mismo, un acto político. Y leerlo con nuestras hijas, con nuestros estudiantes, con nosotras mismas, es también un acto de siembra.Porque cuando le mostramos a una niña que su valor no está en cumplir expectativas ajenas, sino en habitar su autenticidad con libertad, estamos haciendo mucho más que leer un cuento. Estamos criando y educando desde otro lugar.
Y también nos estamos sanando. Porque muchas de nosotras fuimos niñas que quisieron correr, gritar o cuestionar, y escucharon un “no” rotundo como respuesta. Este libro no solo habla a las infancias. También le habla, con amor y memoria, a la niña que fuimos.
¿Qué pasaría si en vez de moldearlas, escucháramos lo que realmente desean ser?
El Reino de las Niñas Libres nos recuerda que la libertad también se aprende. Y que educar con perspectiva de género no es imponer ideas, sino abrir caminos.